30 de julio de 2009

La plaga de Midas

Frederik Pohl es uno de mis autores preferidos, en esta ocasión ha caído en mis manos un pequeño relato: La plaga de Midas, una sátira sobre la superproducción y el consumismo.

La superproducción y los robots han llevado a un punto en el que la sociedad tiene que dedicarse a consumir lo que producen los robots. Vivir para consumir

Porque los robots llegaron trayendo un regalo, y el nombre de ese regalo era "abundancia".

Y cuando llegó el momento en que el regalo mostró sus propios e insospechados fallos, el tiempo del Motín Contra los Robots ya había pasado. La abundancia es una droga que crea hábito. No disminuyes la dosis. La eliminas por completo si puedes. Pero las convulsiones que siguen pueden arruinar el cuerpo de una vez por todas.

Se nos plantea un mundo en el que el consumo está absolutamente esclavizado por la producción, y los conceptos de rico y pobre han sufrido una inversión total.

Pohl se saca de la manga los cupones de consumo, no se gastan cupones, sino que se obtienen, y es obligación de todo ciudadano obtener y gastar la cantidad de cupones asignada a su clase social; cuanto más baja es la clase social del ciudadano, más cupones se reciben.

La riqueza tiene un concepto diferente: no hace falta comprar (y consumir) más que lo estrictamente necesario, se tiene un trabajo semanal y se disfruta de una vida sin complicaciones (eso no cambia ).

La pobreza es un infierno: se trabaja un par de horas a la semana y se dedica el resto del tiempo a consumir para absorber la producción, deben tenerse grandes mansiones, grandes cantidades de ropa y otros productos, realizar muchas comidas al día para mantener el ritmo consumista, tener un ejército de robots,...

Si se es buen ciudadano (consumidor) se asciende en la categoría social y van disnimuyendo las penalidades: puede vivirse en una casa más pequeña, disponer de menos cosas, etc.

Morey pertenece a la pobreza (es un simple clase tres), está casado con Cherry, y viven en una mansión con muchas habitaciones, rodeados de infinidad de muebles que se ven obligados a tener, y a consumir, consumir, consumir. Los padres de Cherry nadan en la abundancia (clase ocho) y no están obligados a vivir en en una rueda continua de consumo.

No resultaba tan difícil ser un consumidor dedicado e industrioso si trabajabas en ello... Era una lástima que no pudiera seguir dedicándose a consumir hoy. Pero aquél era su día de la semana dedicado al trabajo.

Morey acabará encontrando una solución al infierno del consumo (no quiero desvelarla, aunque es obvia ) y convirtiéndose en un héroe para la sociedad.

El relato resulta hilarante pero da que pensar... ¿ten lejos estamos de esa vida abocada al consumo obligatorio? ¿No gira ya nuestro modelo social en torno a un consumo desquiciante?

Bikos e apertas

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